Sentí miedo y vergüenza. Por primera vez mire a través del túnel oscuro donde me habían dicho que el alma de una niña triste, sucia y vestida de harapos, penaba pidiendo la vida de un hombre a cambio de su silencio.
Me daba vergüenza haber crecido ignorándola, y tener que confesar que me atemorizaba tanto como el primer día, parecía una tarea titánica. Para ser justa conmigo misma, admito que no siempre la escuchaba con claridad. Los domingos por la tarde o los viernes en las noches, cuando faltaba la música de fondo, escuchaba un silbido, un llamado, un “dónde estás” que me helaba el corazón. En esos momentos y dependiendo de la luna, del día de la semana y del auxilio de turno, le pedía ayuda a mi psiquiatra, a alguna amiga o al televisor más cercano. Nada como una buena pantalla para anestesiar cualquier incomodidad.
A mí siempre me gustó estar fuera de casa, visitar a los vecinos y ayudarlos con sus problemas. Yo era tan dedicada a los asuntos exteriores, que hasta sentía que los quehaceres prestados, eran mis proyectos.
Convenientemente, siempre fui buena cargando peso. En aquellos días me dediqué a mover ladrillos, cortar maderas, limpiar chimeneas y otras actividades, generalmente asignadas a hombres, pero que dada la fortaleza de mi lado derecho, pude desempeñar con honores. En momentos de cansancio extremo cuando sentía la necesidad quedarme en casa, yo agarraba mi maleta y me iba de viaje. Obviamente esto decepcionaba a los vecinos, quienes con una sonrisa apretada se despedían esperando mi regreso.
El viaje más largo lo emprendí a los 22, cuando pasé 10 años buscando salir de aquél infierno en el que se había convertido mi rutina. Es curioso que sea ahora que veo el infierno, porque en aquél momento sólo sentía el dolor de las quemaduras; supongo que he crecido puesto que si miro aquellos días con la sabiduría del presente, diría que estaba buscando irme del lugar equivocado.
Yo trabajé desde los 17 en la academia, dando clases y apoyando como preparador de asignaturas complejas. Sin duda aprovechaba cada oportunidad que tenía para ganar dinero, porque que cada centavo restaba un milímetro menos mi sueño y yo.
Una vez sumado el dinero y con el apoyo de mi padre, me fui al Norte a aprender Inglés. Mi versión de Norte era muy distinta a la de mi Papá y para evitar diferir e irnos a la guerra fría, comprometí mi camino original y acepté el apoyo económico ¿y si esto le pasa a naciones completas, cómo no me iba a pasar a mi?.
En aquellos días me era muy difícil revelarme contra la autoridad y mucho más si la autoridad manejaba la chequera. El control del dinero tenía voz y voto en la selección del camino, y esto es algo con lo que he seguido aprendiendo ¿será entonces que quien tiene el dinero, tiene el control? Entonces ¿de qué sirve el dinero si no está al servicio de la voluntad del corazón?.
Lo sorprendente ha sido luego entender, que todo el autoritarismo y las manipulaciones manifestadas en mi vida (que tuvieron cara de hombre durante los 10 años del viaje) han sido el reflejo de una tirana heredada que se castiga y se juzga cuando deja de complacer al público, que ha vivido mil vidas bajo el yugo del miedo, enterrando sus deseos en arena para ayudar a parir a otros, justificando su existencia encerrada al sobrevivir como víctima, dopada por el azúcar o el alcohol.
A esta tirana que ahora vive muy cerca y muy vigilada, la llamé Estela.
…Continuará




1 Comment
Lindo Vero!!! Me encantó! Sigue escribiendo más porque está genial!!!!
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