Fuera de Si

Entre tantas citas, calendarios llenos de copas y gastos, viajes sin final y comidas de aeropuerto, había olvidado el motivo por el cual había optado por una vida tan ocupada. Quizás no fue él quien lo decidió sino la inercia del tiempo, la seducción del poder o quizás la necesidad de parecer productivo para ganar la aceptación del público que aplaudía todas y cada una de sus jugadas.

Gerardo pasaba la mayor parte del año jugando a acumular millas en avión, a cortejar modelos de revista y a cerrar tratos millonarios con clientes de reputación dudosa. Entre magnates, se manejaba como pez en el agua, se anticipaba a las demandas irracionales de los más poderosos y conocía el mundo del dinero mucho mejor de lo que habría deseado. Su imagen reflejaba la perfección de sus cálculos. Vestía ropa de lujo que permanecía clasificada por año, color y marca en su armario de varios metros de largo. Sabía cuál “look” utilizar para cada ocasión y guardaba con increíble pulcritud el brillo de sus zapatos. Le gustaba la idea de ver su sonrisa relucir en la punta de su calzado ya que según él, proyectaba éxito de pies a cabeza.

Su puntualidad era rigurosa y sus rituales de embellecimiento parecían parte de su religión.  No importa donde estuviese, en su casa, en un cuarto de hotel o en la habitación de alguna de sus amantes, Gerardo siempre buscaba un espejo de cuerpo completo y pasaba un rato ensayando su próximo discurso, su próximo trato, su próximo juego

La semana en que ocurrió lo inesperado, llovió más de lo predicho y su auto favorito quedó estacionado en el garaje sin posibilidad de soportar el aguacero que caía. Posiblemente a este hecho fortuito del universo atribuyo Gerardo las noches de preocupación que llegaron después.

La tarde del incidente, justo antes de una cena muy importante, un niño lo esperaba a la salida de su casa. Estaba perdido, sucio y con hambre. En otras circunstancias Gerardo habría sacado un billete de su cartera y habría continuado su camino, pero la lluvia sin parar y su deseo de permanecer impecable, hicieron que se detuviera unos minutos a escuchar su historia. Se vieron a los ojos y Gerardo sintió su pecho arrugarse, su ojos humedecerse y sus manos con ganas de abrazar a aquel chiquillo que sin rumbo ni plan había parado en la puerta de su casa.

Con la velocidad de un corto circuito, Gerardo se puso en pie, tomo su billetera y la vació en las manos del chico. Volvió dentro de la casa y sin poder explicarse ese peso en el pecho comenzó a desvestirse rápidamente.

Rompiendo el orden de su armario dejó sin camisas blancas la sección del ’99 y salió corriendo a la puerta para ofrecer al niño cobijo. Para su sorpresa, él había desaparecido y entre rabias y alivio lanzó con furia las camisas blancas al porche de la entrada.

Esa noche se miró al espejo de medio cuerpo que estaba en el baño de visitas. Grito con desmesura “¡sal de mi cuerpo dolor!”, y no llegó nunca a la cena. De allí en adelante Gerardo durmió muchos días sin ropa, recordando todo aquello que el niño no tenía. Gerardo había sentido compasión por primera vez en su vida.