Dile adios a todo lo que buscas con tus ojos, dile adios a todo lo que has sido, a todas tus necesidades y deseos. Vuela por encima del océano silencioso hacia la más pura de las estrellas.
Siente como tu corazón se empieza a romper y vuélvete la luz que eres.
Siente cómo se rompe la cáscara para dejar ir… es un duelo.
Me duele el estomago, tengo nauseas y no puedo parar de llorar. Esta vez no quiero distraerme, esta vez quiero vivirlo. Esta vez soy lo suficientemente fuerte como para observar como pasan las emociones por mi cuerpo y los estragos que dejan ellas en mis ojos.
Esta vez puedo entender la dualidad del amor y el miedo, la doble cara de la vida, la fortaleza y la cobardía, la terquedad y la flexibilidad. Puedo ver a la mujer que depende de otro para su independencia, a la que olvidó su esencia y se perdió afuera porque le era imposible soportarse.
Pero sobre todo puedo verme a mi misma insegura y adicta y al mismo tiempo logrando cuidarme de mis impulsos, aquellos en los que aprendí a desconfiar.
Logro retomar en mis brazos a la niña que llora lo que anhela, pero que todavía no llega. Y logro por fin abrazar a la adolescente imprudente que confió seducida en el poder de la carne y dejó su inocencia en la maleta de un carro. Esta vez puedo ver llover mi alma y verla desbordarse y puedo al mismo tiempo escuchar la voz del árbol que me dice que el tiempo pasa y las estaciones cambian y que allí sigue, que los inviernos nos son más que un tiempo para esperar.
Siento el amor del perro que con su cola juguetona, se para en dos patas para abrazarme y decirme: Llora que vas a limpiar, aquí estoy contigo fiel y sereno.
Siento algo muy denso dentro del pecho que sube hasta la garganta y hasta la nariz.
Es como un derrame de petróleo sobre el cauce de un río, o sobre el amplio mar inmenso de mis emociones.
El río negro sube por mi garganta y sale impulsado por mis oído, mis ojos y mi piel. Y esta vez no me desespero, lo observo.
Lo observo venir y en vez de derramarme con el primero que se cruce, decido dejarlo correr.
Uno a uno, limpio los peces sucios del derrame, los transformo en luz con la ayuda de mi voluntad, y se vuelven como nubes que pasan en el cielo, y entonces el cielo y el mar se unen para recordarme que todo es temporal, que este dolor se irá. Dentro del llanto y con el estómago en nudo, camino por el río del derrame y me atrevo a hurgar su yacimiento. Me atrevo a enfrentarme a la verdad.
Me siento a observar a la niña herida que se queda inconsciente en medio de su piscina de lodo.
Ella se baña completa, y aunque está todo blanco afuera, limpio y lleno de nieve, ella prefiere el pozo que ella conoce.
Le lanzo una soga, le alcanzo una toalla pero ella se resiste.
Ella insiste en el calor del sucio y de la oscuridad, porque no conoce nada más.
Los pedazos de su historia están en ese mismo charco y yo me hundo con ella en el pozo y por la gracia bendita que la tierra me ha concedido, traigo animales sagrados a nuestro encuentro. Aparecen el león, la tortuga el águila y el caballo.
Con la valentía de un león, la paciencia de la tortuga, la bondad del águila, y la fortaleza del caballo indomable, voy y recojo los pedazos de su ropa.
Y lo hago con paciencia y aceptación porque no es la primera vez que los recojo, y lo con la confianza de que será la última vez que la rescate de ese charco.
Me sorprendo porque la niña me permite recoger el vestido que siempre se quita.
El león sacó el trozo más grande y al salir del charco le dice: tu estarás en la luz donde yo estoy, ven ahora y ven a la luz. La tortuga sacó el trozo más profundo y le dijo: Cuando necesites ir muy lejos y profundo recuerda que el fuego de la tierra habita en tus ojos y que yo estaré siempre en silencio esperando tu llamado.
El águila sacó la mayor cantidad de trapos en sus alas y al recogerlos le dijo:
El amor es el único que conquista la muerte pues el nunca le tiene miedo.
Libérate de las cuerdas que te mantienen en la locura y vuela conmigo.
El caballo con su fuerza la saco a ella del estanque y le dijo: La fe es humilde como el que camina siempre un paso por detrás, toma tu lugar y baila tu baile y deja este mundo atrás.
Sale la niña desnuda del charco de lodo y la abrazo por un buen rato y le repito incesantemente: vuélvete la luz que eres, vuélvete la luz que eres, vuélvete la luz que eres.
Y poco a poco se va secando el estanque. La nieve lo va limpiando, el agua debajo del lodo se evapora y la tierra deja el hueco visible
para poder reconocerlo.
Nos paramos juntas al lado del hueco vacío y lloramos que el estanque ya no está.
No sentamos a admirar el hueco y sembramos semillas en él. Sigue cayendo la nieve y sentimos cómo se quiebran fibras de nuestras memorias, como se transforman en abono para las semillas y cuando se quiebran nos duele, pero al momento que cesa, nos sentimos distintas.
Buscamos una quebrada limpia y empieza a calentar el ambiente, como si fuera la primavera.
Y nos vestimos de flores y caminamos juntas las estaciones.
Y nos prometemos estar siempre unidas porque nos tendremos la una a la otra.
Y una vez en nuestros brazos, vamos por las otras.
Shanti, Shanti, Shanti